Martín Castro, payador de guitarra roja

Le cantó a la diversidad: a los obreros y obreras – sus costureritas… –, a la paz, al amor, a la libertad, a la educación, a la tierra… a la Vida – con sus plantas, animales y paisajes incluidos –. Y en esa diversidad de homenajes, el tala – ese árbol gaucho, espinoso y de madera dura – una figura recurrente en su poesía. No dudó en apelar a él para contar su vida: “Yo me crié en bruto mesmo que los talas”, y cuenta su hijo Numen que al momento de morir se las ingenió para que nadie estuviese a su lado y así poder morir solo… como el tala, como él, como Martín Castro.

Los caminos para comenzar a recorrer la vida de una persona – y así trazar su perfil – son múltiples, sino infinitos. Una manera de abordar a nuestro personaje podría ser enunciando sus datos filiatorios; decir que lo llamaron Julián Martín – Martín como su padre –, que su apellido era Castro, que nació en Merlo – provincia de Buenos Aires – el 16 de febrero 1882 y que murió en Ciudadela el 7 de abril de 1971… Pero no alcanza. Tampoco alcanzaría con aclarar que fue un payador, un bardo de las pampas o un cantor popular; porque no fue cualquier payador, fue Martín Castro. Considerado un agitador social, las ciento y una vez que lo llevaron preso, no le encontraron arma alguna – ni blanca ni de fuego –, tan sólo llevaba su guitarra, que lo convertía en alguien extremadamente peligroso. Había hecho del arte de la improvisación y la poesía una daga filosa.

Tanto en su etapa libertaria como después fue un claro exponente de la máxima gauchesca acuñada en el Martín Fierro: hay que cantar opinando. Y en la época de oro del arte payadoril urbano (1890 – 1915 aproximadamente) compartió ese principio con otros hombres – y excepcionalmente algunas mujeres –, que se alzaron contra la miseria y tomaron las guitarras: Sócrates Fígoli, Evaristo Barrios, Luis Acosta García, Juan Bautista Fulginitti, Donato Sierra Gorosito y – la señora o señorita – Tula García, cultores del canto social, del canto libertario. Pero no sólo hubo guitarras negras, libertarias, también los radicales tuvieron sus trovadores: Gabino Ezeiza, Manuel Cientofante, José Luis Orís, Guillermo Silva, Antonio Caggiano y Ambrosio Río; lo mismo el régimen. A estos, a los que le cantaban al caudillaje, Castro los señalaba con el índice – y tal vez con el ceño fruncido – acusándolos de corromper a la noble guitarra “como a una débil mujer”.

Pero entonces, ¿quién fue Martín Castro? Su hijo Numen responde sencillamente que “fue un personaje de aquellos tiempos”. Simplemente un albañil que formó pareja con una costurera, la que le dio cinco hijos. Un trabajador de manos cuarteadas que un día se encontró bordoneando una guitarra y cantando versos sociales – ya que ni él mismo sabía decir cuándo se convirtió en payador –. Él sólo sabía que esos versos le nacían como respuesta “a la miseria y provocación de las autoridades de aquel entonces”, o al menos eso le contestaba a todo aquel que quisiera saber desde cuándo y por qué cantaba. Y Numen no se cansa de repetir: “Era una persona que había nacido con ese don de la poesía. Hay personas que hacen poesía con la mente, mi padre la hacía con el corazón”.

A fines de 1955 el periodista Bernardo Verbitsky entrevistó al payador. Fueron muchas las preguntas, pero una en particular recuerda Numen: “¿Don Martín, no tiene miedo de cantar los versos que canta?”. Castro respondió: “Yo al miedo me lo comí antes de empezar a cantar”.1 ¿Su madre, por miedo, alguna vez le pidió que dejara de cantar? Ya no es don Martín quien contesta sino Numen: “Nó, si mi mamá era revolucionaria”.

“Nunca tuve maestros que me enseñaran a leer ni a escribir, no fui un solo día a la escuela y eso no es bonito”, le dijo Martín Castro a su entrevistador, Miguel Angel Lafuente, en setiembre de 1968. “No es lindo decir que uno es un ignorante – continuó – pero aprendí rodando por los caminos. Aprendí solo y con mis amigos a leer y a hacer versos”.2 Con su testimonio reafirmaba lo sostenido en composiciones como Versos sin aula o Yo me crié en bruto, pero su hijo aporta un dato que en parte contradice los dichos de don Martín, y es que éste sí tuvo un maestro… Su nombre, al parecer, era Rafael; su apellido: Ruiz Cruces. Tal vez fuera español, pero nadie lo afirma ni lo niega.

En algún momento de su vida, este hombre que emerge espectralmente en el relato, decidió cargar su linyera al hombro y recorrer estancias, chacras, estaciones ferroviarias… Allí, a cambio de la comida, enseñaba las primeras letras a los trabajadores rurales. Y aunque ya nadie puede decir cuándo, lo cierto es que en Buenos Aires se cruzaron los caminos de Ruiz Cruces y Castro, tal vez durante la primera década del siglo XX o la última del XIX. El maestro ambulante estaba al frente de una escuela para obreros – esas que promovieron socialistas y anarquistas –, y Castro aprendió allí otras letras, tal vez no las primeras, que conoció a la orilla de algún fogón.

Esa experiencia no duró mucho tiempo, en medio de las grandes represiones antiobreras la escuela sufrió el embate policial y debió cerrar sus puertas. Pero a pesar de ello, los caminos de Castro y Ruiz Cruces corrieron paralelos durante varios años más, hasta que el linyera – maestro – poeta murió en Córdoba, donde lejos de cualquier mandato social, vivía rodeado de perros.

También hubieron otras personas muy importantes en el aprendizaje del payador, estas no le enseñaron letras, sino que templaron su espíritu libertario. Los dramaturgos – periodistas –propagandistas Florencio Sánchez, Alberto Ghiraldo y Rodolfo González Pacheco, son señalados por Numen como referentes morales de su padre; también José Ingenieros conformó ese cuadro de honor. Con algunos de ellos cultivó una fuerte amistad, como sucedió con González Pacheco, a otros sólo admiró desde su obra.

Durante años en su vasta biblioteca de obrero consciente convivieron los clásicos del anarquismo como La conquista del Pan, de Pedro Kropotkin, con Las fuerzas morales, El hombre mediocre y Hacia una moral sin dogmas, de Ingenieros. Las obras de León Tolstoi con otros clásicos de la literatura de la época como Julio Verne, Víctor Hugo y Alejandro Dumas. Seguramente los versos de Almafuerte y la prosa incisiva de Rafael Barret habrán tenido su lugar en los estantes. Todos ellos fueron moldeando el perfil, la poesía, la vida de Castro.

Gustan entre los sin pan

Rastrear las primeras actuaciones de Martín Castro es una tarea sumamente complicada. Según su hijo, estas fueron en las actividades de propaganda organizadas por el sindicato de albañiles al que pertenecía. Habría participado anónimamente en estas hasta escribir y cantar El Huérfano, momento en que su nombre comenzó a circular de boca en boca en los ambientes proletarios. El siglo XX estaba alcanzando su primer lustro y Castro tenía sólo 22 años.

Y como los versos míos

Son de sabor popular,

Entre los con pan no gustan

Gustan entre los sin pan.3

Recorrió cines, teatros, sindicatos, bibliotecas obreras, cafés, siempre con su lira rebelde. También supo cultivar aplausos en el legendario Parque Goal, tradicional escenario porteño de los payadores, y más allá de los límites de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. En varias oportunidades la casa de un militante anarquista de Mataderos sirvió como escenario para veladas a beneficio de los obreros que se encontraban presos por cuestiones sociales – militancia sindical o revolucionaria –. “Este hombre relata Numen Castro –venía a buscarlo a mi papá una o dos veces por semana, porque hacían una reunión de diez, quince, veinte vecinos para juntarle 100 pesos a un preso. Como en aquel entonces no los dejaban juntar más, hacían esas reuniones silenciosas, no secretas. Silenciosas porque si sabía la autoridad no se las dejaban hacer, porque cuando había cinco o seis personas ya era insurrección.”

En ese largo peregrinaje por salones proletarios, Castro integró programas que hoy, al leerlos, causan al menos curiosidad. Por ejemplo en junio de 1927, en una actividad organizada por la Biblioteca Justicia y Libertad a beneficio del semanario anarquista La Antorcha y del Comité Pro Presos Sociales, en el cine Select de Avellaneda, don Martín actuó luego de la proyección de El Acorazado Potemkin, de Sergej Eisenstein. En otras oportunidades su canto llegó luego de que fuera representada alguna pieza teatral de Florencio Sánchez, González Pacheco, Ghiraldo o de A. Berruti, aunque esto no es tan llamativo.

Durante su carrera hizo yunta al menos con cuatro personas: Juan Leído, Federico González – un obrero carnicero del barrio de Mataderos –, José Mata – un ex boxeador y “anarquista de acción” de la zona de Ciudadela – y con un canillita, de quien Numen no recuerda el nombre. Con todos ellos no sólo compartió escenarios sino también ideales, su vida. Por ejemplo con José Mata fueron más de 30 años de escenarios, caminos y calabozos. Según recuerda el hijo del payador, el ex boxeador, cansado de que lo golpeara la policía, cuando lo arrestaban durante sus actuaciones, decidió devolver los cumplidos. Él terminaba tirado en el piso del calabozo, desmayado, pero los uniformados también se veían favorecidos con algún souvvenir de aquella noche inolvidable.

La voz de los tiempos

A esta altura del relato nadie duda que Castro se destacó como payador social, lo que pocos saben es que también estuvo al frente de La Voz de los Tiempos – Revista para el Pueblo . Esta empresa la compartió con otro poeta: Fernando Gualtieri, un referente de la lírica iconoclasta de aquellos años, cuyos folletos fueron clásicos en las bibliotecas anarquistas desde fines de la década del ’10. También Federico González fue de la partida, o al menos sus versos poblaron las páginas la revista.

El primer ejemplar de La Voz de los Tiempos apareció el 1º de mayo de 1927 y el quinto en julio de ese año, allí prometían que el próximo número estaría en la calle el 5 de agosto, pero no hay manera de saber si así sucedió. Pero aunque sólo hayan aparecido unas pocas ediciones, la sola existencia de esta revista es realmente destacable, porque en ella convergían dos visiones del mundo y de la lucha. Por una lado el anarquismo tolstoiano de Martín Castro y por el otro la lírica incendiaria de Gualtieri. Una persona capaz de escribir en el prólogo de uno de sus folletos: “¡Argentinos! ¿Queréis hacer obra realmente patriótica y altamente civilizadora? ¡Ahorcad a los jefes de la Liga Patriotera, y a puntapiés magullad a los estúpidos satélites que les acompañan!”.4

Guitarra Roja

A fines de 1928 encontró las calles Guitarra Roja, tal vez el último libro de versos de la etapa libertaria de Martín Castro. Hoy ese libro se ha convertido en un incunable, ambicionado por los seguidores de don Martín, pero en su momento significó un respiro para el Comité Pro Presos Sociales, entidad que lo editó y que se benefició con todo lo recaudado por su venta. El prólogo de esta obra lo escribió su amigo Gualtieri, allí su prosa no era incendiaria sino que desbordaba de admiración: “Martín Castro es único como las águilas y los cóndores, que no precisan compañía para emprender vuelos atrevidos y magistrales”.

Poco a poco Castro fue abandonando la temática libertaria, aunque su lira siguió siendo rebelde. De aquellos años es testimonio Juancho el desertor y Hachando los Alambrados. Tiempo después fue introduciéndose – según Numen – en el canto filosófico, cuyo máximo exponente es el libro El Contrapunto Argentino, publicado en 1946. Y así como en su primera etapa muchos hombres de ideas se le acercaron atraídos por su poesía y su temple – según Numen fue el caso de Mata y Gualtieri –, en los años ’60 lo propio hizo Horacio Guarany. Quien luego grabó Guarany le canta a Martín Castro, un disco en homenaje al bardo de las pampas.

Pulsó la guitarra hasta poco antes de morir, cuando tenía 89 años y conservaba la dureza del tala. Quiso estar solo en su lecho de muerte, solo como el tala en el litoral bonaerense. Por eso ese día esperó a que su hijo Numen saliera a hacer una diligencia y convenció a su nuera a que fuera a comprarle unas cosas. Y cuando se convenció de que estaba solo, completamente solo, decidió morir.

He sembrado rebeldías

De la guitarra al compás;

Como siembran los labriegos

El trigo de nuestro pan.5

* Publicado en Caldenia, suplemento del diario La Arena, 10 de junio de 2001.

Notas

1 La entrevista de Bernardo Verbitsky fue publicada en Noticias Gráficas el 27/12/55.

2 Esa entrevista fue el eje del artículo sobre Martín Castro que Lafuente publicó en la revista Todo es Historia en octubre de 1980.

3 Versos sin aula.

4 Fernando Gualtieri, A los buenos argentinos, prólogo Herejías. Bs.As., 2/2/20.

5 Versos sin aula.

Publicado por Hernán Scandizzo

Soy periodista. Alguien me llamó buscador de historias, me gusta más esa definición.

4 comentarios sobre “Martín Castro, payador de guitarra roja

  1. Excelente nota. Vaya toda mi admiración para este altísimo cultor de nuestras costumbres, voz y testimonio de la dignidad.

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  2. Extraordinario y patriótico Martin Castro. Agradecimiento y admiración por este hombre que partiendo de tan abajo llegó a tan alto nivel con su obra maravillosa para el bien de todos sus compatriotas argentinos.

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